La Pascua nos sirvió, además, para darnos cuenta del amor incondicional de Dios, que por muchas veces que le neguemos, como Pedro, siempre nos recibe con los brazos abiertos. Muchos aprovechamos esta Pascua también, para frenar del ajetreo diario y parar a revisarnos por dentro, para encontrarnos a los que nos sentimos perdidos, para desahogarnos, para reírnos y disfrutar de la mejor compañía, para aclarar nuestra mente, incluso para tomar decisiones difíciles o plantearnos nuevos propósitos junto a Dios.
Gracias a actividades como los desiertos y las puestas en común nos sentimos más cercanos los unos a los otros, más libres.
De cada momento, de una manera u otra, conseguimos sacar al verdadero “yo” que llevamos dentro y que, en ocasiones, mantenemos escondido.
No se me ocurre mejor manera de vivir algo tan importante para los cristianos como es la pasión, muerte y resurrección de Jesús que pasando un fin de semana conviviendo junto a grandes personas en un precioso albergue a las afueras de todo, con el único propósito de dejar entrar a Dios
"Donde el corazón empezó a latir,
donde el corazón te espera y siente
donde el corazón busca tu raíz
donde el corazón te mueva y lleve..."
Alicia Formigo (2º año de Confirmación)
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